Conclusiones del mes

Mujeres en primera línea

I.- A lo largo del mes de marzo hemos tenido la oportunidad de reflexionar sobre el lugar en el que la pandemia ha sorprendido a las mujeres. Como intuíamos, las mujeres estaban en la primera línea de los cuidados, lo que también las ha situado en la primera línea de la respuesta. En buena medida, los servicios que no han podido parar su actividad por ser esenciales implican actividades de cuidado, lo que ha significado también que son prestados por mujeres.

II.- Y es que la pandemia ha puesto de manifiesto que hay un rasgo que compartimos, nuestra común vulnerabilidad, oculta por la abstracción sobre la que hemos construido nuestro Derecho y nuestros sistemas democráticos y que nos lleva a representarnos la racionalidad y la autonomía (es decir, la independencia y la autosuficiencia) como las características definitorias de la humanidad. Desde este presupuesto, es difícil entender que el cuidado ha de ser una prioridad en nuestras organizaciones.

III.- Por otro lado, a quienes se ha confiado el cuidado es a las mujeres, que son ‘las otras’ con respecto a los seres humanos concretos con los que en el imaginario colectivo se tiende a identificar esa abstracción: los hombres. En esta tesitura, y es algo que también el impacto de la pandemia y su gestión nos muestra, surge la duda de si la aportación de las mujeres tiende a ser invisibilizada porque es fundamentalmente cuidado o si el cuidado es invisible porque lo realizan fundamentalmente las mujeres.

IV.- La cuestión es que a pesar de que las personas somos todas vulnerables, y el SARS-CoV-2 lo ha hecho patente, el virus ha tenido un sesgo que replica la inequidad social. El volumen del segundo semestre de 2020 de Equality Law Journal publica un artículo de David B. Oppenhaimer en el que se muestra “The impact of the COVID-19 pandemic on equality in the United States”. En el trabajo se muestra cómo el porcentaje de muertes por COVID-19 ha sido mayor en personas mayores (dos o tres veces mayor en el caso de afroamericanos y población hispana), personas con discapacidad (con una incidencia mayor en personas de color), mujeres, personas pobres, gente de color y migrantes.

Las mujeres ocupan los empleos en la primera línea, muchos de ellos más precarios y con menor salario (es evidente en el caso del empleo en el hogar, pero también las mujeres son abrumadora mayoría en los servicios sociales, además de en la sanidad).

La precariedad en la que se encuentran las empleadas del hogar en España se ha hecho muy visible en este tiempo, con el agravante de que se trata de relaciones que se desarrollan en espacios privados donde el cumplimiento de la normativa es difícil de verificar. Difícil también es llegar a los hogares en los que la violencia machista se ha cebado como nunca.

V.- Los datos estaban disponibles antes de la pandemia: la igualdad no se ha conseguido. La corresponsabilidad no deja de ser un ideal, las mujeres estamos considerablemente peor posicionadas en el mercado de trabajo y, en consecuencia, nuestra situación económica también es peor y eso nos expone.

VI.- Por si lo anterior no bastase, tampoco estamos representadas en condiciones de igualdad en la toma de decisiones y no parece que en los organismos de respuesta a la pandemia la situación haya mejorado: mujeres son sólo el 24% de las personas que integran las alrededor de 225 organismos estudiados por PNUD en 137 países, en 26 de los cuáles no hay ninguna mujer (COVID-19 Task force participation, sobre la base de los datos obtenidos en  COVID-19 Global Gender Response Tracker).

VII.-La revalorización del cuidado, la corresponsabilidad y la inclusión de las mujeres en la toma de decisiones que, por otro lado, es un requisito de la democracia, son tareas que estaban pendientes antes de la pandemia y que se han convertido en urgentes.